martes, 30 de septiembre de 2008

Ramón Gaya: textos

Ramón Gaya

Ramón Gaya (Huerto del Conde, Murcia, 10 de octubre de 1910 – Valencia, 15 de octubre de 2005). Pintor y escritor español.

“Goya es pasión, el Greco lujuria, Velázquez inocencia, la inocencia alcanzada, realizada.
Fray Angélico también es inocente, pero su inocencia no ha sido, como la de Velázquez, alcanzada. La del Beato es una inocencia a priori, una inocencia de querubín, una inocencia que no alimenta a nadie, que no sucede.
La inocencia de Velázquez, en cambio, es una inocencia de hombre.
Goya llega muchas veces, por el camino de la pasión, a la falsedad. “Los fusilamientos de la Moncloa” es un cuadro muy apasionado, pero falso. Es casi un cartelón; tiene de cartel ese terrible afán de convencernos.
“Los fusilamientos” es un cuadro que nos necesita, que nos necesita para convencernos, y un cuadro que nos necesita no puede ser una obra profunda, sino un espectáculo, un espectáculo indecoroso.
Una obra de Shakespeare, con toda su teatralidad, no es nunca un espectáculo porque no nos necesita. Todo lo que sucede entre los personajes, aunque nosotros no estuviésemos aquí, sucedería igualmente. Se trata, pues, de una obra fatal, sin público, es decir, grande.
El Greco es todo él lujuria. ¿Cómo han podido confundirle con un místico? [...]

La sensualidad, la lujuria e incluso la pornografía pueden ser tratadas, pero no ejercidas, en una obra de arte.
Ese fue el pecado del Greco: contemplar el misticismo desde una lujuria.
Velázquez sí que fue un místico de verdad, profundo, seguro, fuerte; nada de lo que contemplan sus ojos –una gasa, una nuca, una pantorrilla, una cabellera– consiguen conquistarlo, perderlo.
A goya lo vemos hundirse en la pasión, al Greco en la sensualidad, a Velázquez en la fe.”

“Velázquez no es nunca héroe ni genio; Velázquez es simplemente la grandeza...
Siempre se creyó que Velázquez era algo así como una lente muy perfecta. Los seres terrenales, claro, no vieron en él la más mínima pasión –y la pasión es lo más alto que alcanzan esas miradas–, ni siquiera encontraron en él genio, es decir, delirio. Era, pues, un artista frío, neutral, sin pimienta, sin exaltación, sin locura, sin nada. No comprendieron que Velázquez no tenía nada de eso que ellos tanto conocen y estiman –y que son, efectivamente, los materiales que componen una gran personalidad–, porque su grandeza ya lo había quemado todo.
La grandeza quema la personalidad.”

Dos fragmentos de El Silencio del Arte, 1951. Obra Completa, Vol. 1. Valencia: Ed. Pre-Textos, 1999.

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